El todo por el todo by Henri Calet

autor:Henri Calet [Calet, Henri]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Biografía, Historia, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1948-01-01T00:00:00+00:00

XXXI

Mostramos también una cierta inclinación por el Saint-Pierre Palace, en la avenue d’Orléans. Esta pequeña sala se encuentra siempre abarrotada de gente.

Al principio, se incrementó el precio de las butacas; luego, nos beneficiamos de dos bajadas sucesivas merced a Léon Blum, del cinco por ciento cada una; más tarde, sufrimos una subida del treinta y cinco por ciento (de Ramadier) —los ministros se suceden, todo se encarece—, lo cual provocó que, momentáneamente, el precio de la butaca estuviera a treinta francos (las siete primeras filas de la orquesta) en lugar de los tres francos cincuenta de antes de la guerra de 1939.

Nada puedo decir acerca de las tarifas de antes de la guerra de 1914. Sólo sé que mis padres aspiraron a pagar por mí la mitad de la butaca tanto tiempo como les fue posible. No dejaban de recomendarme que aparentara ser más pequeño de lo que en realidad era, que me apretujara al pasar por los torniquetes, los molinetes. Por si alguien me formulaba una pregunta directa acerca de mi edad, me incitaban a mentir. Es probable que date de entonces mi deseo de pasar siempre desapercibido.

Durante el rigor del invierno, por las mañanas, a las siete primeras filas acude una nueva clientela de ancianitas vestidas de luto que ya no tienen lumbre en sus casas. Los inviernos son largos. Formamos allí un compacto grupo de «personas con bajos recursos económicos», como nos llaman. Algunas de esas viejecitas continúan haciendo punto durante la proyección.

Sí, uno se olvida de los quebraderos de cabeza, las estrecheces, la falta de carne o vino, los precios locos de la calle… Y uno se olvida de sí mismo haga el tiempo que haga.

Por treinta francos, un único gran sueño en lienzo para todos.

Con las temperaturas cálidas, los diminutos estanques iluminados en rosa y en azul durante el entreacto, las palmeras, el color rojo, los dorados… Es todo más bello que en nuestros hogares. Uno se repantinga en el peluche azul celeste, fuma, se relaja y acaba adoptando posturas de pachá, de odalisca en mitad de esa atmósfera lujosa un poco oriental, para, de manera dulce, acabar cayendo en el hedonismo. Acaso sea éste el encanto del Saint-Pierre Palace.

Un pequeño inconveniente: nos hallamos al lado de los váteres y de la salida de emergencia en caso de incendio. Aunque el olor no es insoportable, sopla allí una fuerte corriente de aire en los pies. Estamos también demasiado cerca de la pantalla, lo cual nos obliga a mantener la cabeza echada hacia atrás. Aparte de eso, los actores parecen aquejados de la misma deformación craneal: son todos un poco dolicocéfalos. Se trata de un efecto óptico.

De ordinario, antes de que comiencen los regocijos, el dueño se dirige a nosotros con un megáfono, lo cual cambia su voz de un modo sorprendente. Nos recuerda que está formalmente prohibido fumar en la sala por orden del prefecto de policía. Lo escuchamos haciendo mofa de cuanto dice y dando caladas más profundas a nuestras pipas y cigarrillos. Nos consideramos hombres libres y así es como lo demostramos.

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